LAS MUJERES Y MI MISIÓN

LA RAZON DE MI VIDA: TERCERA PARTE. Cap. XOVII

LAS MUJERES Y MI MISIÓN

Mi trabajo en el movimiento femenino nació y creció, lo mismo que mi obra de ayuda social y que mi actividad sindical: poco a poco y más bien por fuerza de las circunstancias que por decisión mía.

No será esto lo que muchos se imaginan que ocurrió. . . pero es la verdad.

Más romántico o más poético o más literario y novelesco sería que yo dijese por ejemplo que todo lo que hago lo intuía. . . como una vocación o como un destino especial.

¡Pero no es así!

Lo único que traje al campo de esas luchas como preparación fueron sentimientos como aquellos que me hacían pensar en el problema de los pobres y de los ricos.

Pero nada más.

Nunca imaginé que me iba a tocar algún día encabezar un movimiento femenino en mi país y menos aún un movimiento político.

Las circunstancias me abrieron el camino.

¡Ah! Pero yo no me quedé en mi cómodo lugar de Eva Perón. Camino que se abrió ante mis ojos fue camino que tomé, si andar por él podía ayudar un poco a la causa de Perón, que es la causa del pueblo.

Yo me imagino que muchas otras mujeres han visto antes que yo los caminos que recorro.

La única diferencia entre ellas y yo es que ellas se quedaron y yo me largué. En realidad yo debo confesar que si me animé a la lucha no fue por mí sino por él. . . ¡Por Perón!

El me animó a subir.

¡Me sacó de la "bandada de gorriones"!

Me enseñó los primeros pasos de todas mis andanzas.

Después, no me faltó nunca el estímulo poderoso y extraordinario de su amor.

Reconozco, ante todo, que empecé trabajando en el movimiento femenino porque así lo exigía la causa de Perón.

Todo comenzó poco a poco.

Cuando me di cuenta presidía ya un movomiento político femenino. . . y sobre la marcha, tuve que aceptar la conducción espiritual de las mujeres de mi patria.

Esto me exigió meditar los problemas de la mujer. Y más que meditarlos, me exigió sentirlos y sentirlos a la luz de la Doctrina con la que Perón empezaba a construir una Nueva Argentina.

Recuerdo con que extraordinario cariño de amigo y de maestro fue el General Perón mostrándome los infinitos problemas de la mujer en mi Patria y en el mundo.

En esas conversaciones advertí una vez más lo genial de su figura.

Millones de hombres han pasado como él frente al problema cada vez más agudo de la mujer en la humanidad de este siglo angustiado, y creo que muy pocos se han detenido y lo han penetrado como él, como Perón, hasta lo más íntimo.

El me enseñó en esto, como en todas las cosas, el camino.

Las feministas del mundo dirán que empezar así un movimiento femenino es poco femenino. . . ¡empezar reconociendo en cierto modo la superioridad de un hombre!

No me interesa sin embargo la crítica.

Además, reconocer la superioridad de Perón es una cosa distinta.

¡Además. . . me he propuesto escribir la verdad!

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