REMENBRANZAS SOBRE MI PADRE
Remembranzas
sobre mi padre.
LA HISTORIA NO CONTADA DEL AGENTE
“MERCY” DE LA SEGURIDAD CUBANA.
Percy Francisco Alvarado
Godoy
11 de noviembre de
2010.
.
La muerte sorprendió a mi padre,
Carlos Conrado de Jesús Alvarado Marín, un infausto día de noviembre de 1997,
cerrando ese día una larga y provechosa vida. Luchador infatigable, enfrentó a
la parca con el pecho desnudo, como lo hacen los hombres, y de esa manera se nos
fue, combatiendo aún por la liberación de nuestra América y siempre fiel a su
Cuba amada, a la que defendió durante 37 años en el más absoluto
anonimato.
La muerte precipitada, cuando aún
combatía por su amada Guatemala como sencillo combatiente del Ejército
Guerrillero de los Pobres, con sus 75 años a cuestas, no nos dejó, sin embargo,
con las manos vacías. Nos legó su historia llena de heroicos pasajes que lo
hicieron ser un participante activo en las luchas de su tiempo, aunque mucho de
lo que hizo deba permanecer aún en el más absoluto silencio. Ese largo avatar,
iniciado desde la más profunda pobreza, le llevó un día a ser uno de los pocos
hombres, de los últimos, que combatieron a las hordas mercenarias que derrocaron
salvajemente al gobierno de Jacobo Árbenz.
Luego vendría el exilio en la
Argentina en que reforzaría sus convicciones revolucionarias junto a un valioso
grupo de compañeros que, posteriormente, como Luis de la Puente Uceda y muchos
más, le encaminarían al bello camino en que el humanismo y la solidaridad mueven
cada parte de nuestros corazones. Por ese entonces, ya había conocido a Ernesto
Guevara de la Serna, el futuro Guerrillero Heroico, con el que trabó una
inolvidable amistad.
Fue, sin embargo, un hombre de
privilegios. La lucha lo llevó a conocer a hombres y mujeres como el propio Che,
como a Manuel Piñeiro Lozada, como Bernardo Alvarado Monzón, Manuel Galich,
Tamara Bunke Bider (Tania) y otros, con los que combatió en unos casos y
en otros les sirvió de sostén en sus luchas. Tuvo también el privilegio de ser
uno de los primeros hombres de la Seguridad cubana que marchó al exterior a
defender al maravilloso y amado pueblo que lo recibió como a un hijo. Fue quien
comunico a la heroica guerrillera las principales tareas asignadas a ella para
cumplir su misión en Bolivia y le dio el entrenamiento necesario en sus nuevas
condiciones de trabajo,
La enorme modestia que lo caracterizó
le impidió hablar a sus hijos, que lo veían irse y desaparecer durante largos
años, sobre el combate anónimo que libraba. Para sus compañeros fue leal y
modesto, sencillo y tenaz, y, sobre todo, capaz de crecerse ante las
adversidades y cualquier error cometido.
Muchas ciudades del mundo lo vieron
deambular usando múltiples identidades, aunque sus compañeros solían nombrarlo
con seudónimos como Mercy, Juan, el Don, el Doctor, el Viejo, el Maestro, Felipe
y muchas denominaciones de acuerdo con la ocasión. Su vocación esencial, empero,
a pesar de ser un internacionalista por convicción, fue siempre amar a Cuba, a
Fidel y, particularmente, al Che.
Uno de sus compañeros, José Gómez
Abad, lo caracterizó en las páginas de un libro titulado “Cómo el Che burló a la
CIA”, editado por la Editorial Capitán San Luis no hace mucho, con las
siguientes palabras, en relación con su ingreso a la Seguridad en 1963: “En
ese momento, al llevarse a cabo el acto de proposición y aceptación como
colaborador de los órganos de la Seguridad del Estado (reclutamiento), se
produjo el eterno abrazo internacionalista de Carlos Alvarado Marín, Mercy, con
la causa de la Revolución Cubana, mediante la defensa de la misma de las
agresiones de sus enemigos internos y externos y el apoyo solidario a la lucha
de los pueblos explotados de América Latina”.
Posteriormente, escribió sobre mi
padre: “Mercy o Juan, como operativamente lo llamábamos, con la perspectiva
de los años transcurridos, resulta de admirar en él, cómo a pesar de duplicarnos
en edad a la mayoría de los compañeros que con él trabajábamos, siempre mantuvo
una relación de mucho respeto, siendo muy disciplinado y generando constantes
iniciativas para perfeccionar el trabajo. En él se destacaba también su
incondicionalidad militante con la Revolución Cubana y al Comandante en Jefe, su
sentido autocrítico, laboriosidad, la relación abierta y sincera con los
compañeros y su sagacidad operativa”.
Finalmente, Pepe Abad, ya fallecido,
caracterizó a mi padre con emotivas palabras: “Ni los años, como tampoco los
múltiples sinsabores y riesgos que afrontó en su larga y azarosa vida, habían
hecho mella en su vitalidad excepcional y asombrosa lucidez. Hasta sus últimos
momentos fue un enamorado de la vida y de todas sus
bellezas”.
Por mi parte le recuerdo, con su
tabaco siempre, rebuscando en su memoria tanto recuerdo, mientras se balaceaba
en una mecedora de metal en el patio trasero de mi casa. Su mirada recaía en mí,
con reprimida tristeza al verme pasar, pensando que su hijo, acomodado y con una
actitud cuestionable ante la Revolución, traicionaba lo que más amaba. Le
recuerdo también adolorido por sus errores, a él que siempre luchó por ser un
hombre perfecto y cargaba sobre sí el peso tremendo de su propio sentido
autocrítico.
Murió, como dije, tal como vivió:
sencillo y anónimo, ajeno a las glorias y a los reconocimientos públicos. Aún
recuerdo aquella noche triste en la funeraria de Calzada y K, cuando
inexplicablemente para los presentes le fueron retiradas sus condecoraciones,
algunas ofrendas de los líderes de nuestra Revolución y se decidió no hacerle la
guardia de honor que se merecía. Muchos lloraron de rabia ante este sorprendente
hecho, entre ellos mis hermanos y sus compañeros. El propio José Abad explicó el
suceso en su libro: “Al fallecer, circunstancias que él también conocía,
impidieron rendirle el público homenaje que se merecía y que el propio
comandante Manuel Piñeiro Lozada quería hacerle. De haberse violado en ese
momento esas limitaciones, se ponían en riesgo importantes trabajos de los
Órganos de la Seguridad del Estado de Cuba y, sobre todo, la vida de personas
que él mejor que nadie conocía y deseaba preservar” (…)”La circunstancia a que
he hecho mención era que su hijo mayor, Percy Francisco Alvarado Godoy, el
Agente “Fraile” de la Seguridad de Cuba, se encontraba en esos momentos
infiltrado dentro de las organizaciones terroristas en La
Florida.”
Confieso que mi dolor se hizo mayor al
saber que en parte era responsable de que mi padre no fuera acreedor del honor
ganado en su largo batallar por la vida. Sin embargo, me reconfortaron las
emocionadas palabras de Manuel Piñeiro que, reprimiendo las lágrimas con
toda la fuerza de su probada hombría, exclamó al despedir el duelo: “Hoy
dejamos aquí a Carlos, con la certeza de que algún día los pioneros cubanos
podrán conocer mejor la vida de este hombre, que fue modelo a seguir por todos
los revolucionarios latinoamericanos. A todos nos queda el compromiso de hablar
de él, cuando se pueda hacerlo, y decir quién fue este hombre en
realidad”.
Hoy, padre mío, compañero mío de
combate, cumplo con ese mandato del Comandante Piñeiro, para que Cuba y el
mundo te conozcan finalmente.
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