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Sabado, 2 de Octubre de 2010   
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Correa zafó del golpe, pero la señal de peligro no debe ser subestimada
El último día de septiembre fue el primero de un golpe de Estado contra Rafael Correa. El putsch no tuvo éxito y el mandatario prometió que no habrá perdón ni olvido. El final feliz no autoriza a bajar la guardia, ni allí ni en la región.
EMILIO MARÍN
Argumentando la pérdida de conquistas salariales y de escalafón, la Policía Nacional de Ecuador se levantó contra el gobierno democrático del presidente Correa. Los sediciosos tomaron el cuartel de Quito, el más importante del país. El aeropuerto de la capital quedó cerrado, aunque no se supo si como consecuencia de que algún sector de la Fuerza Aérea se hubiera plegado al levantamiento.
Cuando el jefe de Estado fue a discutir con los policías, éstos reprimieron con balas y gases pimienta y lacrimógenos, de resultas de lo cual hubo heridos, entre ellos Correa, convaleciente de una operación de rodilla. Además de inhalar esos gases, el presidente fue empujado y golpeado, siendo internado en el Hospital Policial.
Lejos de ser tratado y mimado como un enfermo especial, lo tuvieron allí secuestrado durante nueve horas. No lo dejaban salir y lo presionaban para negociar bajo condiciones de fuerza. Correa tuvo una actitud muy digna, negándose a recibir a tres delegaciones golpistas que pretendían arrancarle concesiones.
"De aquí saldré cadáver o presidente", fue la decisión del afectado, que al final fue rescatado por comandos militares leales. Hubo tiroteos en ese rescate con un saldo de dos muertos y 80 heridos, según la Cruz Roja, por lo que una vez liberado, hablando a la multitud desde el Palacio de Carondelet, Correa prometió que los responsables del movimiento serían separados de la fuerza.
Ya presentó su renuncia el jefe de Policía, comandante Freddy Martínez, pero por la gravedad de los sucesos seguramente rodarán otras cabezas. Se desprende eso de lo afirmado en la alocución presidencial por cadena nacional: "no habrá perdón ni olvido. Lo que ocurrió aquí fue una sublevación muy grave. Fue una conspiración".
¿Quiénes fueron los instigadores de este putsch? Según Correa y su canciller Ricardo Patiño, detrás de los reclamos policiales estuvo la extrema derecha y el partido Sociedad Patriótica del ex presidente Lucio Gutiérrez. Este gobernó Ecuador entre 2002 y 2005, cuando fue echado por una pueblada.
Como era de esperar, Gutiérrez replicó desde Brasilia. Aseguró que el responsable de los graves acontecimientos era el propio Correa, quien los habría provocado con su política de conexión con las FARC de Colombia y su negativa a que la justicia lo investigue. Tal acusación es la misma que hizo el Departamento de Estado y Colombia durante la gestión de Álvaro Uribe, con Juan M. Santos en Defensa.
Provocador al máximo, Gutiérrez expresó que comandos cubanos y venezolanos se estaban movilizando para rescatar a Correa, cuando en verdad esa liberación fue obra de civiles y militares ecuatorianos.

Revolución ciudadana.
El proceso de cambios ecuatoriano fue bautizado "revolución ciudadana" y tuvo su inicio con la asunción de Correa en enero de 2007 en nombre de Alianza País, un partido de centroizquierda.
El economista con cursos en universidades de Bélgica (Lovaina) y EE UU (Illinois), de formación católica y antecedentes de trabajo social con los pueblos originarios, adoptó algunas políticas de signo popular y nacional. Y esta es la causa última del intento de deposición del jueves.
Es que Correa puso en marcha una Auditoría Integral de la Deuda Pública, con especialistas ecuatorianos y extranjeros (entre ellos el argentino Alejandro Olmos Gaona), que dejó al descubierto el largo tramo ilegal de la misma. De ese modo pudo negociar en condiciones de fuerza con los acreedores externos y ahorrarse recursos millonarios.
El desagrado de esos organismos financieros internacionales se hizo más patente cuando fue declarado persona no grata al representante del Banco Mundial en Ecuador. El personaje debió irse de Quito.
Correa forcejeó con empresas petroleras extranjeras, defendiendo los intereses nacionales aún cuando sus medidas no tuvieron la profundidad de las adoptadas por Hugo Chávez y Evo Morales en sus respectivos países.
Con los pueblos originarios tuvo una buena actitud, atendiendo a sus reclamos. De todos modos, en el último tiempo, al igual que le ocurrió a Morales en Bolivia, hubo desencuentros con una parte del indigenismo, que se quejó de una ley del Agua considerada como pésima. Este sector de la Confederación de Nacionalidades Indígenas de Ecuador (Conaie) fue a protestar a la última cumbre de la Alternativa Bolivariana de las Américas (ALBA) realizada en Otavalo, donde Correa recibía a los mandatarios de ese bloque.
Las posiciones progresistas de Ecuador en el orden latinoamericano fueron castigadas por el gobierno pro-norteamericano de Colombia con el bombardeo y posterior invasión de marzo de 2008 en Sucumbíos. Allí fueron masacrados Raúl Reyes y una veintena de guerrilleros de las FARC, pero también cuatro estudiantes mexicanos y un ecuatoriano que visitaban el campamento. Como Bogotá no pidió perdón, las relaciones bilaterales fueron rotas hasta el último día de la presidencia de Uribe, negociándose actualmente su reanudación.
La inquina norteamericana contra Correa tiene que ver con que éste no prorrogó la concesión de la base militar de Manta que tenía EE UU. En 2009 debieron irse de allí los militares del Comando Sur, emigrando a las siete bases que el generoso Uribe les dio en Colombia pese a la oposición de Unasur.

Golpe al ALBA.
La reunión de urgencia de la Unasur en la cancillería argentina, con la participación de la anfitriona Cristina Fernández y sus pares de Uruguay, Perú, Chile, Bolivia y Venezuela, más otros cancilleres y el secretario ejecutivo de ese ámbito, Néstor Kirchner, fue un buen aporte solidario para que Correa pudiera volver al Palacio de Carondelet. Lo mismo puede decirse del pronunciamiento de la OEA, el secretario general de la ONU, Ban Ki moon, la cancillería cubana, los gobiernos de España y Francia, entre muchos otros.
El documento de seis puntos de Unasur fue uno de los más enérgicos en el repudio al cuartelazo y la solidaridad con el presidente afectado. Allí se advirtió que en la próxima reunión de ese espacio se establecerá la cláusula democrática para desconocer a gobiernos no surgidos del sufragio popular.
Hasta la administración estadounidense, siempre sospechada de prohijar esas interrupciones del orden constitucional en la región, se vio precisada de emitir una postura crítica del putsch aunque sin caracterizarlo de ese modo. Su representante en la OEA, el vocero del Departamento de Estado y la propia Hillary Clinton dijeron defender la democracia en Ecuador.
De todas maneras conviene repasar algunas cuestiones.
En primer término, hay que subrayar que el gobierno de Barack Obama en ningún momento utilizó la expresión "golpe de Estado", tampoco nunca la empleó en los siete meses que el golpista Roberto Micheletti usurpó el poder en Tegucigalpa.
Y no es un asunto semántico. Tampoco lo fue que los titulares de Clarín, La Nación y Todo Negativo eludieran referirse a un golpe de Estado. Para ellos hubo una mera sublevación policial, que no alcanzaba aquella dimensión.
Como se caía de maduro, no le llegó a Correa ningún apoyo desde Honduras. Porfirio Lobo, heredero del golpista Micheletti, no gastó ni en una comunicación telefónica. En ese país centroamericano, en junio de 2009, comenzó la actual ola de golpes de Estado, si se omite el antecedente en Venezuela (abril de 2002).
¿Qué tienen en común los tres intentos golpistas? Que los países afectados pertenecen al ALBA. Chávez fue socio fundador de ese bloque junto a Cuba, Manuel Zelaya ingresó en agosto de 2008 y Correa con posterioridad. Si se tiene en cuenta que en setiembre de 2008 hubo una campaña golpista contra Evo Morales, que también es socio del ALBA, cierra perfectamente la hipótesis de que los movimientos violentos y desestabilizadores se originan en el Pentágono y/o la Casa Blanca y el Departamento de Estado para atacar a los gobiernos populares de la región.
En la reunión de Unasur lo dejaron meridianamente claro Chávez y Evo, al denunciar los planes de agresión que Washington tiene en marcha contra presidentes que adoptan medidas antiimperialistas. El canciller argentino Héctor Timerman, en cambio, defendió todo cuanto pudo a Obama y Clinton, jurando sobre su condición de demócratas cabales y poniendo las manos al fuego por ellos. Los dos presidentes del ALBA no le creyeron. Muchísima gente tampoco.

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